Charles Dickens, nacido el 7 de febrero de 1812 en Portsmouth, es considerado el más famoso de los escritores de la época Victoriana en Inglaterra, así como uno de los indudables clásicos universales de la literatura.
De familia humilde, su padre acabó siendo encarcelado por problemas de deudas, lo que llevó a un Dickens todavía niño a buscar trabajo en una fábrica de tintes. Esta fue una experiencia que escribiría más adelante, aunque añadiendo grandes dosis de ficción, en una de sus obras más conocidas: David Copperfield (1850).
En 1843 publica el que sería su obra más conocida, Cuento de Navidad, una obra infantil que ha sido adaptada en innumerables ocasiones al cine, el teatro y la televisión.
I- El espectro de Marley
Empecemos por decir que Marley había muerto. De ello no cabía la menor duda.
Firmaron la partida de su enterramíento el clérigo, el sacristán, el comisario de entierros
y el presidente del duelo. También la fírmó Scrooge. Y el nombre de Scrooge era
prestigioso en la Bolsa, cualquiera que fuese el papel en que pusiera su firma.
El viejo Marley estaba tan muerto como el clavo de una puerta.
¡Bueno! Esto no quiere decir que yo sepa por experiencia propia lo que hay
particularmente muerto en el clavo de una puerta; pero puedo inclinarme a considerar un
clavo de féretro como la pieza de ferretería más muerta que hay en el comercio. Mas la
sabiduría de nuestros antepasados resplandece en los símiles, y mis manos profanas no
deben perturbarla, o desaparecería el país.
Me permitiré. pues, repetir enfáticamente que
Marley estaba tan muerto como el clavo de una puerta.
¿Sabía Scrooge que aquél había muerto? Indudablemente. ¿Cómo podía ser de otro
modo? Scrooge y él fueron consocios durante no sé cuántos años. Scrooge fue su único
albacea, su único administrador, su único cesionario, su único legatario universal, su
único amigo y el único que vistió luto por él. Pero Scrooge no estaba tan terriblemente
afligido por el triste suceso que dejara de ser un perfecto negociante, y el mismo día del
entierro lo solemnizó con un buen negocio.
La mención del entierro de Marley me hace retroceder al punto de partida. Es indudable
que Marley había muerto. Esto debe ser perfectamente comprendido; si no, nada
admirable se puede ver en la historia que voy a referir. Si no estuviéramos plenamente
convencidos de que el padre de Hamlet murió antes de empezar la representación teatral,
no habría en su paseo durante la noche, en medio del vendaval. por las murallas de su
ciudad, nada más notable que lo que habría en ver a otro cualquier caballero de mediana
edad temerariamente lanzado, después de obscurecer, en un recinto expuesto a los
vientos -el cementerio de San Pablo, por ejemplo-, sencillamente para deslumbrar el
débil espíritu de su hijo.
Scrooge no borró el nombre del viejo Marley.
Permaneció durante muchos años esta
inscripción sobre la puerta del almacén: "Scrooge y Marley". La casa de comercio se
conocía bajo la razón social "Scrooge y Marley". Algunas veces los clientes modernos
llamaban a Scrooge Scrooge y otras veces Marley: pero él atendía por ambos nombres.
Todo era lo mismo para él.
¡Oh! Pero Scrooge era atrozmente tacaño, avaro, cruel, desalmado, miserable, codicioso.
incorregible, duro y esquinado como el pedernal, pero del cual ningún eslabón había
arrancado nunca una chispa generosa; secreto y retraído y solitario como una ostra. El
frío de su interior le helaba las viejas facciones. le amorataba la nariz afilada, le arrugaba
las mejillas, le entorpecía la marcha, le enrojecía los ojos, le ponía azules los delgados
labios; hablaba astutamente y con voz áspera. Fría escarcha cubría su cabeza y sus cejas
y su barba de alambre.
Siempre llevaba consigo su temperatura bajo cero; helaba su
despacho en los días caniculares y no lo templaba ni un grado en Navidad.
El calor y el frío exteriores ejercían poca influencia sobre Scrooge. Ningún calor podía
templarle, ninguna temperatura invernal podía enfriarle. Ningún viento era más áspero
que él, ninguna nieve más insistente en sus propósitos, ninguna lluvia más impía. El
temporal no sabía cómo atacarle. La más mortificante lluvia, y la nieve, y el granizo, y el
agua de nieve, podían jactarse de aventajarle en un sola cosa: en que con frecuencia
"bajaban" gallardamente, y Scrooge, nunca.
Jamás le detuvo nadie en la calle para decirle alegremente: "Querido Scrooge, ¿cómo
estáis? ¿Cuándo iréis a verme?" Ningún mendigo le pedía limosna, ningún niño le
preguntaba qué hora era, ningún hombre ni mujer le preguntaron en toda su vida por
dónde se iba a tal o cual sitio.
Aun los perros de los ciegos parecían conocerle, y cuando
le veían acercarse arrastraban a sus amos hacia los portales o hacia las callejuelas, y
entonces meneaban la cola como diciendo: "Es mejor ser ciego que tener mal ojo".
¡Pero qué le importaba a Scrooge! Era lo que deseaba: seguir su camino a lo largo de los
concurridos senderos de la vida, avisando a toda humana simpatía para conservar la
distancia.
Una vez, en uno de los mejores días del año, la víspera de Navidad, el viejo Scrooge se
hallaba trabajando en su despacho. Hacía un tiempo frío, crudísimo y nebuloso, y podía
oír a la gente que pasaba jadeando arriba y abajo, golpeándose el pecho con las manos y
pateando sobre las piedras del pavimento para entrar en calor.
Los relojes públicos
acababan de dar las tres: pero la obscuridad era casi completa -había sido obscuro todo el
día-, y por las ventanas de las casas vecinas se veían brillar las luces como manchas
rubias en el aire moreno de la tarde. La bruma se filtraba a través de todas las hendeduras
y de los ojos de las cerraduras, y era tan densa por fuera que, aunque la calleja era de las
más estrechas, las casas de enfrente se veían como meros fantasmas. A1 ver cómo
descendía la nube sombría, obscureciéndolo todo, se habría pensado que la Naturaleza
habitaba cerca y que estaba haciendo destilaciones en gran escala.
Scrooge tenía abierta la puerta del despacho para poder vigilar a su dependiente, que en
una celda lóbrega y apartada, una especie de cisterna, estaba copiando cartas. Scrooge
tenía poquísima lumbre, pero la del dependiente era mucho más escasa: parecía una sola
ascua; mas no podía aumentarla, porque Scrooge guardaba la caja del carbón en su
cuarto, y si el dependiente hubiera aparecido trayendo carbón en la pala, sin duda que su
amo habría considerado necesario despedirle. Así, el dependiente se embozó en la blanca
bufanda y trató de calentarse en la llama de la bujía: pero, como no era hombre de gran
imaginación: fracasó en el intento.
-¡Felices Pascuas, tío! ¡Dios os guarde! -gritó una voz alegre.
Era la voz del sobrino de Scrooge, que cayó sobre él con tal precipitación. que fue el
primer aviso que tuvo de su aproximación.
-¡Bah! --dijo Scrooge-. ¡Patrañasl
Este sobrino de Scrooge se hallaba tan arrebatado a causa de la carrera a través de la
bruma y de la helada, que estaba todo encendido: tenía la cara como una cereza, sus ojos
chispeaban y humeaba su aliento.
-Pero. tío: ¿una patraña la Navidad? -dijo el sobrino de Scrooge-. Seguramente no habéis
querido decir eso.
-Sí -contestó Scrooge-~. ¡Felices Pascuas! ¿Qué derecho tienes tú para estar alegre?
¿Qué razón tienes tú para estar alegre? Eres bastante pobre.
-¡Vamos! -replicó el sobrino alegremente-. ¿Y qué derecho tenéis vos para estar triste?
¿Qué razón tenéis para estar cabizbajo? Sois bastante rico.
No disponiendo Scrooge de mejor respuesta en aquel momento, dijo de nuevo: "¡Bah!"
Y a continuación: "¡Patrañas!"
-No estéis enfadado, tío -dijo el sobrino. -¿Cómo no voy a estarlo -replicó el tíoviviendo en un mundo de locos como éste? ¡Felices Pascuas! ¿Buenas Pascuas te dé
Dios! ¿Qué es la Pascua de Navidad sino la época en que hay que pagar cuentas no
teniendo dinero; en que te ves un año más viejo y ni una hora más rico: la época en que,
hecho el balance de los libros, ves que los artículos mencionados en ellos no te han
dejado la menor ganancia después de una docena de meses desaparecidos? Si estuviera
en mi mano -dijo Scrooge con indignación-, a todos los idiotas que van con el ¡Felices
Pascuas! en los labios los cocería en su propia substancia y los enterraría con una vara de
acebo atravesándoles el corazón. !Eso es!
-¡Tío! --suplicó el sobrino.
-¡Sobrino! -repuso el tío secamente-. Celebra la Navidad a tu modo y déjame a mí
celebrarla al mío.
-¡Celebrar la Navidad! -repitió el sobrino de Scrooge-. Pero vos no la celebráis.
-Déjame que no la celebre -dijo Scrooge- ¡Mucho bien puede hacerte a ti! ¡Mucho bien
te ha hecho siempre!
-Hay muchas cosas que podían haberme hecho muy bien y que no he aprovechado, me
atrevo a decir -replicó el sobrino-. entre ellas la Navidad.
Mas estoy seguro de que
siempre, al llegar esta época, he pensado en la Navidad, aparte la veneración debida a su
nombre sagrado y a su origen, como en una agradable época de cariño, de perdón y de
caridad; el único día, en el largo almanaque del año, en que hombres y mujeres parecen
estar de acuerdo para abrir sus corazones libremente y para considerar a sus inferiores
como verdaderos compañeros de viaje en el camino de la tumba y no otra raza de
criaturas con destino diferente.
Así, pues, tío, aunque tal fiesta nunca ha puesto una moneda de oro o de plata en mi
bolsillo, creo que me ha hecho bien y que me hará bien, y digo: ¡Bendita sea!
El dependiente, en su mazmorra, aplaudió involuntariamente: pero, notando en el acto
que había cometido una inconveniencia, quiso remover el fuego y apagó el último débil
residuo para siempre.
-Que oiga yo otra de esas manifestaciones -dijo Scrooge- y os haré celebrar la Navidad
echándoos a la calle. Eres de verdad un elocuente orador -añadió, volviéndose hacía su
sobrino-. Me admira que no estés en el Parlamento.
-No os enfadéis, tío. ¡Vamos, venid a comer con nosotros mañana!
Scrooge dijo que le agradaría verle... Sí, lo dijo. Pero completó la idea, y dijo que antes
le agradaría verle... en el infierno.
-Pero, ¿por qué? -gritó el sobrino--. ¿Por qué?
-¿Por qué te casaste? -dijo Scrooge. -Porque me enamoré.
-¡Porque te enamoraste! -gruñó Scrooge, como si aquello fuese la sola cosa del mundo
más ridícula que una alegre Navidad-. ¡Buenas tardes!
-Pero, tío, si nunca fuisteis a verme antes, ¿por qué hacer de esto una razón para no ir
ahora?
-Buenas tardes -dijo Scrooge.
-No necesito nada vuestro: no os pido nada; ¿por qué no podemos ser amigos?
-Buenas tardes --dijo Scrooge.
-Lamento de todo corazón encontraros tan resuelto. Nunca ha habido el más pequeño
disgusto entre nosotros.
Pero he insistido en la celebración de la Navidad y llevaré mi
buen humor de Navidad hasta lo último. Así, ¡Felices Pascuas. tío!
-Buenas tardes --dijo Scrooge. -¡Y feliz Año Nuevo! -Buenas tardes -dijo Scrooge.
Su. sobrino salió de la habitación, no obstante,. sin pronunciar una palabra de disgusto.
Detúvose en la puerta exterior para desearle felices Pascuas al dependiente, que, aunque
tenía frío, era más ardiente que Scrooge, pues le correspondió cordialmente.
-Este es otro que tal -murmuró Scrooge, que le oyó-; un dependiente con quince chelines
a la semana, con mujer y con hijos. hablando de la alegre Navidad. Es para llevarle a una
casa de locos.
Aquel maniático. al despedir al sobrino de Scrooge, introdujo a otros dos visitantes.
Eran dos caballeros corpulentos, simpáticos. y estaban en pie, descubiertos, en el
despacho de Scrooge.
Tenían en la mano libros y papeles y se inclinaron ante él.
-Scrooge y Marley. supongo -dijo uno de los caballeros, consultando una lista-: ¿Tengo
el honor de hablar al señor Scrooge o al señor Marley?
-El señor Marley murió hace siete años -respondió Scrooge-. Esta misma noche hace
siete años que murió.
-No dudamos que su liberalidad estará representada en su socio superviviente --dijo el
caballero, presentando sus cartas credenciales.
Era verdad. pues ambos habían sido tal para cual.
A1 oír la horrible palabra
"liberalidad", Scrooge frunció el ceño, meneó la cabeza y devolvió al visitante las cartas
credenciales.
-En esta alegre época del año, señor Scrooge dijo el caballero. tomando una pluma-, es
más necesario que nunca que hagamos algo en favor de tos pobres y de los
desamparados, que en estos días sufren de modo atroz. Muchos miles de ellos carecen de
lo indispensable; cientos de miles necesitan alivio, señor.
-¿No hay cárceles? -preguntó Scrooge. -Muchísimas cárceles -dijo el caballero, dejando
la pluma.
-¿Y casa de corrección? -interrogó Scrooge. ¿Funcionan todavía?
-Puncionan, sí, todavía -contestó el caballero--. Quisiera poder decir que no funcionan.
-¿El Treadmill y la Ley de Pobreza están, pues. en todo su vigor?-- dijo Scrooge.
--Ambos funcionan continuamente, señor. -¡Oh', tenía miedo. por lo que decíais al
principio. de que hubiera ocurrido algo que interrumpiese sus útiles servicios -dijo
Scrooge-. Me alegra mucho saberlo.
-Persuadido de que tales instituciones apenas pueden proporcionar cristiana alegría a la
mente o bienestar al cuerpo de la multitud ---continuó el caballero-, algunos de nosotros
nos hemos propuesto reunir fondos para comprar a los pobres algunos alimentos y
bebidas y un poco de calefacción. Hemos escogido esta época porque es, sobre todas.
aquella en que la Necesidad se siente con más intensidad y la Abundancia se regocija.
¿Con cuánto queréis contribuir?
-¡Con nada! -replicó Scrooge.
. -¿Queréis guardar el anónimo?
-Quiero que me dejéis en paz --dijo Scrooge-. Puesto que me preguntáis lo que quiero,
señores. ésa es mi respuesta.
Yo no celebro la Navidad. y no puedo contribuir a que se
diviertan los vagos; ayudo a sostener los establecimientos de que os he hablado... y que
cuestan bastante; y quienes estén mal en ellos, que se vayan a otra parte.
-Muchos no pueden, y otros muchos preferirán morir.
-Si prefieren morir -dijo Scrooge-, es lo mejor que pueden hacer y así disminuirá el
exceso de población. Además, y ustedes perdonen, no entiendo de eso.
-Pues.. debierais entender -hizo observar el caballero.
-No es de mi incumbencia -replicó Scrooge-. Un hombre tiene bastante con preocuparse
de sus asuntos y no debe mezclarse en los ajenos. Los míos me absorben por completo.
¡Buenas tardes, señores!
Comprendiendo claramente que sería inútil insistir, los dos caballeros se marcharon.
Scrooge reanudó su tarea con mayor estimación de sí mismo y más animado de lo que
tenía por costumbre.
Entretanto, la bruma y la obscuridad hiciéronse tan densas, que las gentes marchaban
alumbrándose con antorchas, ofreciéndose a marchar delante de los caballos de los
coches para mostrarles el camino. La antigua torre de una iglesia, cuya vieja y estridente
campana parecía estar siempre atisbando a Scrooge por una ventana gótica del muro, se
hizo invisible, y daba las horas envuelta en las nubes. resonando después con trémulas
vibraciones, como si le castañeteasen los dientes a aquella elevadísima cabeza. El frío se
hizo intenso. En la calle Mayor. en la esquina de la calleja, algunos obreros hallábanse
reparando los mecheros de gas y habían encendido una gran hoguera, a la cual rodeaba
un grupo de mendigos y chicuelos, calentándose las manos y guiñando los ojos con
delicia ante las llamas. Taponados los sumideros, el agua sobrante se congelaba con
rapidez y se convertía en hielo. El resplandor de las tiendas, donde las ramas de acebo
cargadas de frutas brillaban con la luz de las ventanas, ponía tonos dorados en las caras
de los transeúntes.
Las pollerías y los comercios de comestibles estaban deslumbrantes:
era un glorioso espectáculo, ante et cual era casi increíble que los prosaicos principios de
ajuste y venta tuvieran algo que hacer. El alcalde de la ciudad, en la fortaleza de la
poderosa Mansion-House, daba órdenes a sus cincuenta cocineros y reposteros para
celebrar la Navidad de una manera digna de la casa de un alcalde, y hasta el sastrecillo,
que había sido multado con cinco chelines el lunes anterior por estar borracho y sentirse
escandaloso en las calles, . preparaba en su guardilla la confección del pudding del día
siguiente, mientras su flaca esposa iba con el nene a comprar la carne indispensable.
Más niebla aún y más frío. Frío agudo, penetrante, mordiente. Sí el buen San Dunstan
hubiera sólo rasguñado la nariz del espíritu maligno con un tiempo como aquél, en vez
de usar sus armas habituales, en verdad que el diablo habría rugido.
El propietario de una naricilla juvenil, roída y mordisqueada por el hambriento frío,
como los huesos roídos por los perros, se detuvo ante la puerta de Scrooge para
obsequiarle por el ojo de la cerradura con una canción de Navidad; pero no había hecho
más que empezar:
"Bendigaos Dios, alegre caballero; que nada pueda nunca disgustaros..."
cuando Scrooge cogió la regla con tal decisión, que el cantor corrió lleno de miedo.
abandonando el ojo de la cerradura a la bruma y a la penetrante helada.
Por fin llegó la hora de cerrar el despacho. De mala gana se alzó Scrooge de su asiento y
tácitamente aprobó la actitud del dependiente en su cuchitril, quien inmediatamente
apagó su luz y se puso el sombrero.
-Supongo que necesitaréis todo el día de mañana -dijo Scrooge.
-Si no hay inconveniente, señor.
-Pues sí hay inconveniente -dijo Scrooge- y no es justo. Si por ello os descontara media
corona, pensaríais que os perjudicaba. ¿Pero estoy obligado a pagarla?
El dependiente sonrió lánguidamente.
-Sin embargo -dijo Scrooge-. no pensáis que me perjudico pagando el sueldo de un día
por no trabajar.
El dependiente hizo notar que eso ocurría una sola vez al año.
-¡Una pobre excusa para morder en el bolsillo de uno todos los días veinticinco de
diciembre! -dijo Scrooge. abrochándose el gabán hasta la barba-. Pero supongo que es
que necesitáis todo el día. Venid lo más temprano posible pasado mañana.
El dependiente prometió hacerlo. y Scrooge salió gruñendo. Cerróse el despacho en un
instante, y el dependiente, con los largos extremos de su. bufanda blanca colgando hasta
más abajo de la cintura (pues no presumía de abrigo). bajó veinte veces un resbaladero
en Cornhill, al final de una calleja llena de muchachos. para celebrar la Nochebuena. y
luego salió corriendo hacia su casa de Camden-Town, para jugar a la gallina ciega.
Scrooge cenó melancólicamente en su melancólica taberna habitual; y después de leer
todos los periódicos, se entretuvo et resto de la noche con los libros comerciales. y se fue
a acostar. Ocupaba las habitaciones que habían pertenecido anteriormente a su difunto
socio. Eran una serie de cuartos lóbregos en un sombrío edificio al final de una calleja, y
en el cual había tan poco movimiento, que no se podía menos de imaginar que había
llegado allí corriendo, cuando era una casa de pocos años, mientras jugaba al escondite
con las otras casas, y había olvidado el camino para salir. Era ésta entonces bastante
vieja y bastante lúgubre; sólo Scrooge vivía en ella, pues los otros cuartos estaban
alquilados para oficinas.
La calleja era tan obscura. que el .mismo Scrooge, que la
conocía piedra por piedra, veíase obligado a cruzarla a tientas. La niebla y la helada se
agolpaban de tal modo ante la negra entrada de la casa, que parecía como si el Genio del
Invierno se hallase en triste meditación sentado en el umbral.
Hay que advertir que no había absolutamente nada de particular en el llamador de la
puerta, salvo que era de gran tamaño: hay que hacer notar también que Scrooge lo había
visto, de día y de noche, durante toda su residencia en aquel lugar, y también que
Scrooge poseía tan poca cantidad de lo que se llama fantasía como otro cualquier hombre
de la ciudad de Londres, aun incluyendo -la frase es algo atrevida- las Corporaciones, los
miembros del Concejo municipal y los de los Gremios. Téngase también en cuenta que
Scrooge no había dedicado un solo pensamiento a Marley desde que aquella tarde hizo
mención de los siete años transcurridas desde su muerte. Y ahora, que me explique
alguien, si puede, cómo sucedió que Scrooge, al meter la llave en la cerradura, vio en el
llamador -sin mediar ninguna mágica influencia-. no un llamador, sino la cara de
Marley.
La cara de Marley. No era una sombra impenetrable, como los demás objetos de la
calleja, pues la rodeaba un medroso fulgor. semejante al que presentaría una langosta en
mal estado puesta en un sótano obscuro. No aparecía colérico ni feroz, sino que miraba a
Scrooge como Marley acostumbraba: con espectrales anteojos levantados hacía la frente
espectral.
Agitábanse curiosamente sus cabellos, como ante un soplo de aire ardoroso, y
sus ojos, aunque hallábanse abiertos por completo, estaban absolutamente inmóviles.
Todo eso, y su palidez, le hacían horrible: pero este horror parecía ajeno a la cara, fuera
de su dominio, más bien que una parte de su propia expresión.
Cuando Scrooge se puso a considerar atentamente aquel fenómeno, ya el llamador era
otra vez un llamador.
Decir que no se sintió inquieto o que su sangre no experimentó una terrible sensación,
desconocida desde la infancia, sería mentir. Pero llevó la mano a la llave que había
abandonado. la hizo girar resueltamente, penetró y encendió una bujía.
Detúvose con vacilación momentánea, antes de cerrar la puerta, y miró detrás de ella
con desconfianza, aguardando casi aterrorizarse a la vista del cabello de Marley pegado
en la parte exterior: pero no había nada sobre la puerta, excepto los tornillos y tuercas
que sujetaban el llamador, por lo cual exclamó: "¡Bah, bah!". y 1a cerró de golpe.
Resonó el portazo en toda la casa como un trueno. Encima todas las habitaciones, y
debajo todas las cubas en el sótano del vinatero, parecieron poseer estrépito de ecos
independientes de la puerta de Scrooge. que no era hombre a quien espantasen los ecos.
Sujetó la puerta, cruzó el zaguán y empezó a subir la escalera lentamente, sin embargo,
alumbrando un lado y otro conforme subía.
Podéis hablar vagamente de las viejas escaleras de antaño, por las cuales hubiera podido
subir fácilmente un coche de seis caballos o el cortejo de una sesión parlamentaria.
Pero
yo os digo que la escalera de Scrooge era cosa muy diferente: habría de subir por ella un
coche fúnebre, y lo haría con toda facilidad.
Había allí suficiente amplitud para ello y aun sobraba espacio; tal es, quizás, la razón
por la cual pensó Scrooge ver una comitiva fúnebre en movimiento delante de él en la
obscuridad. Medía docena de faroles de gas de las calles no habrían iluminado bastante
bien el vestíbulo; supondréis, pues, que estaba un tanto obscuro con la manera de
alumbrar de Scrooge, que siguió subiendo sin preocuparse por ello. La obscuridad es
barata y por eso agradábale a Scrooge. Pero antes de cerrar la pesada puerta, registró las
habitaciones para ver si todo estaba en orden; precisamente deseaba hacerlo, porque
persistía en él el recuerdo de aquella cara.
La salita, el dormitorio, el cuarto de trastos, todo estaba normal. Nadie debajo de la
mesa, nadie debajo del sofá; un poco de lumbre en la rejilla; la cuchara y la jofaina,
listas; y la cacerolita, con un cocimiento (Scrooge tenía un resfriado de cabeza) junto al
hogar. Nadie debajo de la cama; nadie en el gabinete; nadie dentro de la bata, que
colgaba de la pared en actitud sospechosa. El cuarto de los trastos, como siempre. El
viejo guardafuegos, los zapatos viejos, dos cestas para pescado, el lavabo de tres patas y
un atizador.
Enteramente satisfecho, cerró la puerta y echó la llave, dándole dos vueltas, lo cual no
era su costumbre. Asegurado así. contra toda sorpresa, se quitó la corbata, púsose la bata,
las zapatillas y el gorro de dormir, y se sentó delante del fuego para tomar su
cocimiento.
Era en verdad un fuego insignificante: nada para noche tan cruda. Víose obligado a
arrimarse a él todo lo posible, cubriéndolo, para poder extraer la más pequeña sensación
de calor de tal puñado de combustible.
El hogar era viejo, construido por algún
comerciante holandés mucho tiempo antes, y pavimentado con extraños ladrillos
holandeses, que representaban escenas de las Escrituras. Había Caínes y Abeles, hijas de
Faraón. reinas de Sabá, mensajeros angélicos descendiendo a través del aire sobre nubes
que parecían de plumón, Abrahanes, Baltasares, apóstoles navegando en mantequilleras,
cientos de figuras para atraer la atención; no obstante, aquella cara de Marley, muerto
siete años antes; llegaba como la vara del antiguo Profeta y hacía desaparecer todo. Si
cada uno de los. pulidos ladrillos hubiera estado en blanco, con virtud para presentar
sobre su superficie alguna figura proveniente de los fragmentados pensamientos de
Scrooge, habría aparecido una copia de la cabeza del viejo Marley sobre todos ellos.
-¡Patrañas! -dijo Scrooge, y empezó a pasear por la habitación.
Después de algunos paseos, volvió a sentarse. Al recostarse en la silla, su mirada fue a
tropezar con una campanilla, una campanilla que no se utilizaba. colgada en la
habitación. y que comunicaba. para algún servicio olvidado, con un cuarto del piso más
alto del edificio. Con gran admiración, y con extraño e inexplicable temor, vio que la
campanilla empezaba a oscilar. Oscilaba tan suavemente al principio, que apenas
producía sonido; pero pronto sonó estrepitosamente y lo mismo hicieron todas las
campanillas de la casa.
Ello podría durar medio minuto, un minuto, mas a Scrooge le pareció una hora. Las
campanillas dejaron de sonar como habían empezado: todas a la vez.
A aquel estrépito
siguió un ruido rechinante, que venía de la parte más profunda, como si alguien
arrastrase una pesada cadena sobre los toneles del sótano del vinatero. Entonces recordó
Scrooge haber oído que los espectros que se aparecían en las casas presentábanse
arrastrando cadenas.
La puerta del sótano abrióse con estrépito y luego se oyó el ruido con mucha mayor
claridad en el piso de abajo: después el viejo oyó que el ruido subía por la escalera:
después, que se dirigía derechamente hacia su puerta.
-¿Patrañas, nada más! -dijo Scrooge-. No quiero pensar en ello.
Sin embargo, cambió de color cuando, sin detenerse, el Espectro pasó a través de la
pesada puerta y entró en la habitación ante sus ojos. Cuando entró, la moribunda llama
dio un salto, como si gritara: "¡Le conozco!· ¡Es el espectro de Marley!", y volvió a
caer.
La misma cara, exactamente la misma. Marley, con sus cabellos erizados, su chaleco
habitual, sus estrechos calzones y sus botas, y con su casaca ribeteada. La cadena que
arrastraba llevábala alrededor de la cintura; era larga y estaba sujeta a él como una cola,
y se componía (pues Scrooge la observó muy de cerca) de cajas de caudales, llaves,
candados, libros comerciales, documentos y fuertes bolsillos de acero. Su cuerpo era
transparente, de modo que Scrooge. observándole y mirando ,a través de su chaleco,
pudo ver los dos botones de la parte posterior de la casaca.
Scrooge había oído decir muchas veces que Marley no tenía entrañas; pero nunca lo
había creído hasta entonces.
No, ni aun entonces lo creía. Aunque miraba al Fantasma de parte a parte y le veía en
píe delante de él: aunque sentía la escalofriante influencia de sus ojos fríos como la
muerte, y comprobaba aún el tejido del pañuelo que le rodeaba la cabeza y la barba, y el
cual no había observado antes, sentíase aún incrédulo y luchaba contra sus sentidos.
-¡Cómo! -dijo Scrooge, cáustico y frío como siempre-. ¿Qué queréis de mí?
-¡Mucho! -contestó la voz de Marley, pues tal era, sin duda.
-¿Quién sois? -Preguntadme quién fui.
-¿Quién fuisteis pues? -dijo Scrooge, alzando la voz.
-En vida fui vuestro socio, Jacob Marley.
-¿Podéís... podéis sentaros? -preguntó Scrooge, mirándole perplejo.
-Puedo.
-Sentaos, pues.
Scrooge hizo esa pregunta porque no sabía sí un espectro tan transparente se hallaría en
condiciones de tomar una silla, y pensó que, en el caso de que le fuera imposible, habría
necesidad .de una explicación embarazosa. Pero el Espectro tomó asiento enfrente del
hogar, como si estuviera habituado a ello.
-¿No creéis en mí? -preguntó el Espectro. ~ -No -contestó Scrooge.
-¿Qué evidencia deseáis de mi existencia real, además de la de vuestros sentidos?
-No lo sé.
-¿Por qué dudáis de vuestros sentidos? ~ . --Porque lo más insignificante -dijo Scroogeles hace impresión. El más ligero trastorno del estómago les hace fingir. Tal vez sois un
trozo de carne que no he digerido, un poco de mostaza, una miga de queso, un pedazo de
patata poco cocida. Hay más de guiso que de tumba en vos, quienquiera que seáis.
Scrooge no tenía mucha costumbre de hacer chistes, y, según entonces sentíase el
corazón, sus bromas tenían que ser chocarreras. Lo cierto es que procuraba mostrar
agudeza como medio de distraer su propia atención y ahuyentar su terror, pues la voz del
Espectro le trastornaba hasta la médula de los huesos.
Permanecer sentado. con la vista clavada en aquellos ojos vidriosos, en silencio, durante
unos instantes, sería estar, según pensaba Scrooge, con el mismo Demonio.
Había algo
muy espantoso, además, en la atmósfera infernal, propia de él, que rodeaba al Espectro.
Scrooge no pudo sentirla por sí mismo, pero no por eso era menos real, pues, aunque el
Espectro se hallaba en completa inmovilidad, sus cabellos, los ribetes de su casaca, se
agitaban todavía impulsados por el ardiente vapor de un horno.
-¿Veis este mondadientes? -dijo Scrooge, volviendo apresuradamente a la carga, por la
razón que acabamos de exponer. y deseando, aunque sólo fuera durante un segundo,
apartar de él la pétrea mirada del aparecido.
-Lo veo -replicó el Espectro. -¡Si no lo miráis! -dijo Scrooge.
-Pero lo veo, sin embargo -replicó el Espectro. -¡Bien! -repuso Scrooge-. No haría
yo más que tragármelo. y durante toda mí vida veríame perseguido por una legión de
duendes creados por mi fantasía. ¡Patrañas. digo yo; patrañas!
Entonces el Espíritu lanzó un grito espantoso y sacudió su cadena con un ruido tan
terrible, que Scrooge tuvo que apoyarse en la silla para no caer desmayado. Pero mayor
fue su espanto cuando el Fantasma, quitándose la venda que le ceñía la frente, como si
notara demasiado calor bajo techado. dejó caer su mandíbula inferior sobre el pecho.
Scrooge cayó de rodillas y se llevó las manos a la cara.
-¡Perdón! -exclamó-. Terrible aparición, ¿por qué me atormentáis?
-Hombre apegado al mundo -replicó el Espectro--, ¿creéis en mí, o no?
-Creo ---contestó Scrooge-. Tengo que creer. Pero, ¿por qué los espíritus vuelven a la
tierra y por qué se dirigen a mí?
-A todos los hombres se les exige -replicó el Espectro- que su espíritu se aparezca entre
sus conocidos y que viajen de un lado a otro; y si un espíritu no hace tales excursiones en
su vida terrenal, es condenado a hacerlas después de la muerte.
Es su destino vagar por el
mundo -¿oh, miserable de mí? -y no poder participar de lo que ve, aunque de ello
participan los demás y es la felicidad de ellos.
El Espectro lanzó otro grito y sacudió la cadena, retorciéndose las manos espectrales.
-Estáis encadenado -dijo Scrooge temblando-. Decidme por qué.
-Llevo la cadena que forjé en vida ---replicó el Espectro-. La hice eslabón a eslabón,
metro a metro; la ciño a mi cuerpo por mi libre voluntad y por mi libre voluntad la usaré.
¿Os parece rara?
Scrooge temblaba cada vez más.
-¿O queréis saber -prosiguió el Espectro- el peso y la longitud de la cadena que
soportáis? Era tari larga y tan pesada como ésta hace siete Nochebuenas. Desde entonces
la habéis aumentado. y es una cadena tremenda.
Scrooge miró al suelo alrededor del Espectro. creyendo encontrarle rodeado por unas
cincuenta o sesenta brazas de férreo cable; pero nada pudo ver.
-¿Jacob -le dijo suplicante-. viejo Jacob Marley. habladme más! ¡Habladme para mi
consuelo, Jacob!
No tengo ninguno que dar ...-replicó el Espectro-. Eso viene de otras regiones, Scrooge,
y por medio de otros ministros. a otra clase de hombres que vos. No puedo deciros todo
lo que deseo. Un poquito más de tiempo se me permite solamente. No puedo reposar, no
puedo detenerme, no puedo permanecer en .ninguna parte. Mi espíritu nunca fue más allá
de nuestro despacho..., ¡ay de mí!... En mí vida terrenal nunca mi espíritu vagó más allá
de los estrechos límites de nuestra ventanilla para el cambio; ¡y qué fatigosas jornadas
me quedan aún!
Scrooge tenía por costumbre: cuando se ponía pensativo, meterse las manos en los
bolsillos del pantalón.
Considerando lo que el Espectro había dicho, lo hizo así, pero sin
levantar los ojos y sin alzarse del suelo.
-Debéis haber sido muy calmoso en ese asunto. Jacob -hizo observar Scrooge. en actitud
comercial. aunque con humildad y deferencia.
-¡Calmoso! -repitió el Espectro.
-Siete años muerto -murmuró Scrooge-.¿Y viajando todo ese tiempo?
-Todo -dijo el Espectro-, sin reposo. sin paz. ¡Incesante tortura del remordimiento!
-¿Viajáis velozmente? -En las alas del viento.
-Ya habréis recorrido un gran número de regiones en siete años ---dijo Scrooge.
Al oír esto. el Espectro lanzó otro grito, haciendo rechinar .la cadena de modo espantoso
en el sepulcral silencio de la noche.
-¡Oh, cautivo, atado y doblemente aherrojado! --gritó el Fantasma-. ¡No saber que han de
pasar a la eternidad siglos de incesante labor hecha por criaturas inmortales en la tierra,
antes de que el bien de que es susceptible esté desarrollado por completo! ¡No saber que
todo espíritu cristiano que obra rectamente en su reducida esfera. sea cual fuere,
encontrará su vida mortal demasiado corta para compensar las buenas ocasiones
perdidas! ¡No saber que ningún arrepentimiento puede evitar lo pasado! ¡Sin embargo.
eso hice yo! ¡Oh, eso hice yo!
-Pero vos siempre fuisteis un buen hombre de negocios, Jacob -tartamudeó Scrooge, que
empezaba a aplicarse esto a sí mismo.
-¡Negocios! -gritó el Espectro. retorciéndose las manos de nuevo-. El género humano era
mi negocio. El bienestar general era mi negocio: la caridad, la misericordia, la paciencia
y la benevolencia: todo eso era mi negocio. ¡Mis tratos comerciales no eran sino una gota
de agua en el océano de mis negocios!
Sostuvo la cadena a lo largo del brazo, como si fuera la causa de toda su infructuosa
pesadumbre, y la volvió a arrojar pesadamente al suelo.
-En esta época del año -dijo el Espectro- sufro lo indecible. ¡Por qué atravesé tantas
multitudes con los ojos cerrados, sin elevarlos nunca hacia la bendita estrella que guió a
los Magos a la morada del pobre? ¿No había pobres a los cuales me guiara su luz?
Scrooge estaba espantado de oír al Espectro hablar tan continuadamente y empezó a
temblar más de lo que quisiera.
-Oídme -gritó el Espectro-. Mi tiempo va a acabarse.
-Bueno -dijo Scrooge-. Pero no me mortifiquéis. ¡No hagáis floreos, Jacob, os lo
suplico!
-Lo que no me explico es que haya podido aparecer ante vos como una sombra que
podéis ver, cuando he permanecido invisible a vuestro lado durante días y días.
No era una idea agradable. Scrooge estremecióse y se enjugó el sudor de la frente.
-Eso no es lo que menos me aflige -continuó el Espectro-. He venido esta noche a
advertiros que aun podéis tener esperanza de escapar a mi influencia fatal: una esperanza
que yo os proporcionaré.
-Siempre fuisteis un buen amigo mío --dijo Scrooge-. Gracias.
-Se os aparecerán ---continuó el Espectro- tres Espíritus.
El rostro de Scrooge se alargó casi tanto como lo había hecho el del Espectro.
-¿Es ésa la esperanza de que hablabais, Jacob? -preguntó con voz temblorosa.
-Esa. -Yo...; yo preferiría no verlos -dijo Scrooge. ---Sin su vista -replicó el Espectro- no
podéis evitar la senda que yo sigo. Esperad al primero mañana, cuando la campana
anuncie la una.
-¿No podría recibir a todos de una vez, para terminar antes? -insinuó Scrooge.
-Esperad al segundo la noche siguiente a la misma hora. A1 tercero, a la otra noche,
cuando cese de vibrar la última campanada de las doce. Pensad que no me volveréis a
ver y cuidad, por vuestro bien, de recordar lo que ha pasado entre nosotros.
Dichas tales palabras, el Espectro tomó su pañuelo de encima de la mesa y se lo ciñó
alrededor de la cabeza, como antes. Scrooge lo conoció en el agudo sonido que hicieron
los dientes al juntarse las mandíbulas por medio de aquel vendaje. Se aventuró a levantar
los ojos y encontró a su visitante sobrenatural mirándole de frente, en actitud erguida,
con su cadena alrededor del brazo. ,
La aparición fue apartándose de Scrooge hacia atrás, y a cada paso que daba, abríase la
ventana un poco, de modo que cuando el Espectro llegó a ella estaba de par en par.
Hizo
señas a Scrooge para que se acercara, y éste obedeció. Cuando estuvieron a dos pasos
uno de otro, el espectro de Marley levantó una mano, advirtiendo a Scrooge que no se
acercara más. Scrooge se detuvo.
No tanto por obediencia como por sorpresa y temor, pues, al levantar la mano el
Espectro, advirtió ruidos confusos en el aire, incoherentes gemidos de desesperación,
lamentos indeciblemente pesarosos y gritos de arrepentimiento. El Espectro, después de
escuchar un momento, se unió al canto fúnebre y salió flotando en la helada y obscura
noche.
Scrooge se dirigió a la ventana, pues se moría de curiosidad. Miró afuera.
El aire estaba lleno de fantasmas,,que vagaban de aquí para allá en continuo movimiento
y gemían sin detenerse. Todos llevaban cadenas como la del espectro de Marley: algunos
(tal vez gobernantes culpables) estaban encadenados en grupo; ninguno tenía libertad. A
muchos los había conocido Scrooge cuando vivían.
Había sido íntimo de un viejo
espectro, con chaleco blanco, con una monstruosa caja de hierro sujeta a un tobillo, y que
se lamentaba a gritos al verse impotente para socorrer a una infeliz mujer con una
criaturita, a la que veía bajo él en el quicio de una puerta. El castigo de todos los
fantasmas era, evidentemente, que procuraban con afán aliviar .los dolores humanos y
habían perdido para siempre la posibilidad de conseguirlo.
Si tales fantasmas se desvanecieron en la niebla, o la niebla los amortajó, no podría
decirlo Sçrooge. Pero ellos y sus voces sobrenaturales se perdieron juntos, y la noche
volvió a ser como cuando llegó a su casa.
Cerró Scrooge la ventana y examinó la puerta por donde había entrado el Espectro.
Estaba cerrada con dos vueltas de llave, como él la cerró con sus propias manos, y los
cerrojos sin señal de violencia. Intentó decir "¡Patrañas!", pero se detuvo a la primera
sílaba. Y hallándose muy necesitado de reposo, por la emoción que había sufrido, o por
las fatigas del día, o por haber entrevisto el Mundo Invisible, o por la abrumadora
conversación del Espectro, o por lo avanzado de la hora, se tendió resueltamente en el
lecho. sin desnudarse, y al instante se quedó dormido.