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El Oro del Rey - Arturo Pérez-Reverte


Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, España, noviembre de 1951) se dedica en exclusiva a la literatura, tras vivir 21 años (1973-1994) como reportero de prensa, radio y televisión, cubriendo informativamente los conflictos internacionales en ese periodo. Trabajó doce años como reportero en el diario Pueblo, y nueve en los servicios informativos de Televisión Española (TVE), como especialista en conflictos armados. 







I. LOS AHORCADOS DE CÁDIZ

«Ya estamos muy abatidos, porque los que nos han de honrar nos desfavorecen. El solo nombre de español, que en otro tiempo peleaba y con la reputación temblaba de él todo el mundo, ya por nuestros pecados lo tenemos casi perdido...» 

Cerré el libro y miré a donde todos miraban. Después de varias horas de encalmada, el Jesús Nazareno se adentraba en la bahía, impulsado por el viento de poniente que ahora henchía entre crujidos la lona del palo mayor. 

Agrupados en la borda del galeón, bajo la sombra de las grandes velas, soldados y marineros señalaban los cadáveres de los ingleses, muy lindamente colgados bajo los muros del castillo de Santa Catalina, o en horcas levantadas a lo largo de la orilla, en la linde de los viñedos que se asomaban al océano. Parecían racimos de uvas esperando la vendimia, con la diferencia de que a ellos los habían vendimiado ya. –Perros –dijo Curro Garrote, escupiendo al mar.

Tenía la piel grasienta y sucia, como todos nosotros: poca agua y jabón a bordo, y liendres como garbanzos después de cinco semanas de viaje desde Dunquerque por Lisboa, con los veteranos repatriados del ejército de Flandes. Se tocaba con resentimiento el brazo izquierdo, medio estropeado por los ingleses en el reducto de Terheyden, contemplando satisfecho la restinga de San Sebastián; donde, frente a la ermita y su torre de la linterna, humeaban los restos del barco que el conde de Lexte había hecho incendiar con cuantos muertos propios pudo recoger, antes de reembarcar a su gente y retirarse.

–Han ajustado lo suyo –comentó alguien. –Más lucido sería el cobro –apostilló Garrote– si nosotros llegáramos a tiempo. Se le traspasaban las ganas de colgar él mismo algunos de aquellos racimos. 

Porque ingleses y holandeses habían venido sobre Cádiz una semana atrás, tan prepotentes y sobrados como solían, con ciento cinco naves de guerra y diez mil hombres, resueltos a saquear la ciudad, quemar nuestra armada en la bahía y apoderarse de los galeones de las flotas del Brasil y Nueva España, que estaban al llegar. 

Su talante vino más tarde a contarlo el gran Lope de Vega en su comedia La moza de cántaro, con el soneto famoso: Atrevióse el inglés, de engaño armado, porque al león de España vio en el nido...